¿Qué haces aquí? – me dijiste con sorpresa. Llevo contigo más de media hora – contesté.
Y es que a su lado nada puede ser de otra manera. Entre la gente hablo solo mientras ella se pierde en el bullicio. Ya estoy acostumbrado. Como no puedo mantener tres frases seguidas debido a nuestra falta de coordinación al caminar me he acostumbrado a utilizar las “frases perdidas” de las aceras. Empezó como un juego de adivinanzas para escapar del aburrimiento y ha acabado por convertirse en un oscuro vicio.
Al comienzo de nuestra relación intenté poner toda la carne en el asador y acabé chamuscado. Desistí por agotamiento. Su insaciable consumismo, sus gestos compulsivos que la llevaban a ponerse unas gafas de Chanel sin haberse quitado las Gucci, o su frenético ritmo para probarse faldas que obligaban al dependiente de Gianni Versace a recoger la prenda en el probador de Giorgio Armani. Cuando se pasaba por las rebajas de la calle Ortega y Gasset todos los dependientes terminaban en la tienda que no era.
Nuestra falta de coordinación comenzó a hacerse patente el día que me di cuenta de que, después de diez minutos caminando calle Serrano abajo, le había contado mis problemas de erección a un jubilado con peluquín que caminaba medio metro detrás de mí. Su ficticio color de pelo y el nuevo escaparate de Carolina Herrera, trescientos metros atrás, me habían jugado una mala pasada.
Desde aquel día dejé de agobiarme. Un día salí por la tarde a dar un paseo con ella y terminé cenando con unos señores muy simpáticos de Tarrasa que estaban en Madrid de paso. Una vez pierdes la vergüenza comienzas a sentirte un poco familia de todo el mundo. Quién más quién menos todos tenemos el ochenta por ciento de los genes iguales, ¿por qué no dejar a un lado los convencionalismos?
Creo que todavía seguimos siendo pareja. Digo creo porque posiblemente y siguiendo los cánones clásicos, esto que compartimos no debería llamarse ni siquiera una “relación de amistad”. Pero es que, aunque alguna vez se me pasó por la cabeza dejarlo, nunca se lo pude plantear. Es un tema difícil para soltarlo así en una frase y, como a la tercera desaparecía, nunca me dio tiempo. Además ocurría que la siguiente vez que la tenía a tiro, o se me había olvidado de lo que estabamos hablando o ya no venía a cuento.
Alguna vez lo intenté por teléfono pero tampoco pude. Su maravilloso celular con sus, por lo menos, diez líneas en espera no fueron suficientes. Casi siempre comunicaba y la única vez que entró la llamada sólo pude decirle “hola cariño cómo estás” para dejarme ipso facto en espera escuchando una versión de Rigoletto, eso sí, ejecutada maravillosamente por su centralita digital. La batería de mi móvil me dejó a medias del tercer acto y, ya puestos, la verdad es que me habría salido más barato ir a la ópera.
Ahora lo llevamos mejor. Yo ya no me agobio y ella creo que tampoco. Hoy en día se lleva esto de las relaciones liberales y hay que estar a la moda. Además cada vez nos vemos menos, sobre todo desde que me dio por las “frases perdidas”. Fruto de la imposibilidad de comunicarnos y de los paseos entre el bullicio de la ciudad comencé a escuchar las frases de la gente que caminaba por nuestra misma acera. Se llaman “perdidas” porque no forman parte de una sola conversación. Son trozos de muchas conversaciones que se superponen mientras caminas por la calle.
Me costó mi tiempo darme cuenta pero resulta que esas frases perdidas forman parte de una única conversación que está ahí, la voz de una ciudad que te habla, un mensaje secreto en boca de todos. Los primeros días que te pones a ello parece un poco caótico y acabas pensando si te estarás volviendo loco, sin embargo todo es cuestión de práctica. Hay veces que creo que era más difícil entenderla a ella.
Hay voces de hombre, voces de mujer, distintas entonaciones, diferentes acentos, aparentemente distintos temas… la verdad es que no es fácil. Sobre todo hasta que no descubres el truco. Resulta que, como toda conversación, también requiere de tu colaboración. Las frases de la gente que camina en tu mismo sentido te aportan más información, ya que por lo menos las escuchas unos pocos segundos. Conviene no sincronizar demasiado el paso con los que caminan junto a ti porque la conversación puede quedar demasiado influenciada por la opinión de una única persona. Pierdes el mensaje y te puede pasar lo que al jubilado con peluquín en Serrano. A fin de cuentas no estamos en este mundo para soportar las miserias de los demás, con las propias ya se tiene suficiente.
Una vez has “sintonizado” la conversación de alguien que camina en tu mismo sentido hay que estar muy atento, porque la réplica a esa frase surge fugaz de alguien que camina en sentido contrario. El problema es que la velocidad relativa de la persona que viene es elevada (sobre todo si es un ejecutivo hablando por el móvil o un ama de casa en chándal con el carrito de la compra) y no da tiempo más que a escuchar unas tres o cuatro palabras. Entonces entra en juego el truco. Es necesario completar esa frase, y para ello sólo vale la práctica. Los días en que la ciudad habla de política hay que dar una replica a tono. Los lunes por ejemplo, que sólo se habla de fútbol, no tiene sentido que intentes cambiar de tema. Si no te gusta el fútbol te jodes y te quedas en casa.
Sin ir más lejos, ayer sábado por la mañana escucho de un par de señoras arregladas: “eso que le pasa a tu madre es por las pastillas…” y acto seguido un par de chavales con pinta de haber salido de un after-hour añaden: “¡Iba hasta las cejas la muy... !”. Caray con la abuela, me digo, “la muy…, la muy…” a ver como salgo de ésta. No es fácil, uno también tiene sus días.
Me gustan mucho los viernes. Hay mucho jaleo en calles y bares, y ella se pierde enseguida. Me dejo llevar entre las quejas de una ciudad de trabajadores explotados que añoran el fin de semana. Me abandono por las ebrias palabras que se susurran al oído parejas bailando agarradas mientras cruzo infatigable de lado a lado la pista. Entonces empieza el maldito “chumba-chumba” que todo lo calla y me decido a cambiar de bar. Al llegar a casa ella ya está dormida y yo demasiado abrumado como para despertarla.
Este año quiero ir a la playa. Me ha dicho un conocido de la calle Princesa (que también le da al vicio) que en la playa de Torremolinos hay muchas frases perdidas. He reservado hotel pero no encuentro momento para decírselo a ella. Ahora le ha dado por los mensajes SMS y ya es que ni levanta la vista del móvil. El otro día se pintaba los labios mirándose en el reflejo de la pantalla mientras su pulgar era una sombra difuminada sobre las teclas y el dependiente de Farrutx nos seguía corriendo detrás con tres zapatos en cada mano y un calzador en la boca.
Quizás ahora, con ese nuevo idioma para los mensajes cortos, en el que puedes decir “te espero en el cine a las 10, ya compro yo las entradas” con tres consonantes, dos puntos y un paréntesis, todo combinado aleatoriamente, tenga una oportunidad de aclarar lo nuestro.
Aunque, pensándolo bien… ahora ya no discutimos.
(Las frases perdidas, un texto malo del Pez que data de aquella época de Agosto de 2001)
3 comentarios:
al final me dió por abrir el armario de las polillas y... aquí estan los textos apolillados.
Pues a mí me ha gustado.
El otro día en el Corte Inglés de Preciados, subiendo en las escaleras mecánicas, una mujer que iba delante de mí dijo:
"Yo estoy chorreando todo el rato".
olor a naftalina!!! ;)
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