1 de Julio


A veces dígome a mí mismo qué pasaría si comenzara una historia sin historia, un relato sin argumento alguno. Comenzar a teclear sobre una peripecia cualquiera, real o inventada: hacer volar la imaginación o dejar que la inventiva se arrastre por el suelo. Lo más probable es que la historia comenzara de alguna manera igual que este relato, con una breve introducción para calentar al espectador, lector, mientras se me ocurre algo ingenioso o me viniera algo a la memoria. Seguramente ocurriera lo que ahora, que se acumulan las líneas sin tener algo, nada que decir. Incluso puede que se acumularan las palabras, nombres, adverbios, conjunciones copulativas y copulantes verbos, conjugados frívolamente y espolvoreados de epítetos y especificativos adjetivos que darían al texto un tono pedante y relamido. Podría incluso llegar el momento de borrar lo escrito, o incluso concluirlo esperando que alguien entendiera en todo ello una genialidad, una ocurrencia. Pero también podría continuar, describiendo la mayor y la menor de las cosas que me circundan como si de una gloria o desgracia trascendente se tratara. O quizá seguir sin más, escribiendo como quien escucha el teclado de un piano sordo, mudo más bien, línea tras línea, letra tras letra. Entonces es probable, según dicen los expertos, que en un momento llegase la inspiración, una fina línea argumental a la que agarrarse, ese hilo del que tirar, sin desesperación pero desesperado, esperando que tras él llegue lo esperado...

1 comentario:

Pablo Bautista dijo...

Ahora... ¡Si llegara así la inspiración!